lunes, 29 de octubre de 2007

Día de Muertos

ELENA PONIATOWSKA
La tumba sólo guarda un esqueleto,
mas la vida en su bóveda mortuoria prosigue alimentándose en secreto.

Manuel Acuña

El 1º y el 2 de noviembre en México pertenecen a los muertos. Son días patrios, festivos, días solitarios que se vuelven públicos, días sagrados en que nos reflejamos en el espejo de Tezcatlipoca, dios azteca del cielo nocturno, y vemos nuestra gesticulación y nuestra vanidad, porque ¿a poco no es vano nuestro esfuerzo sobre la tierra si todo lo que somos se vuelve cenizas y polvo? Y como todo es pasajero, ¿por qué no cantar y comer con nuestros difuntitos que han alcanzado la perfección y la sabiduría?

"El camino más corto al corazón de un hombre es el estómago". La muerte en México es fiesta, risa, azúcar, cempasúchil -esa flor amarilla que cubre el campo en noviembre-, veladoras y ofrendas. Y no sólo en México. La calavera, símbolo de la muerte, cubre toda la arqueología de Mesoamérica; la muerte es parte de la vida cotidiana, aparece en el uso diario, en platos, ollas, vasijas, braseros, metates, copales; la muerte no espanta, al contrario, nos recuerda que todo pasa, que todo lo terrestre se acaba, y que llevamos dentro un esqueleto.

Aunque muchas culturas del mundo celebran a sus muertos con diferentes ritos, en ningún país sucede lo que en México: somos los únicos que transformamos nuestros huesos en azúcar, los únicos que hacemos de nuestro cráneo una cabecita de dulce a la que le ponemos nuestro nombre, los únicos que abrimos grande la boca para comernos a nosotros mismos y chuparnos los dedos con las clavículas, las tibias y los peronés convertidos en pan de muerto.

La ofrenda de Día de Muertos es quizás el ritual más trascendente del año después de la Navidad. El altar se coloca en el sitio más representativo de la casa o en el patio si no hay espacio dentro de la vivienda. En toda ofrenda prevalece el maíz, planta sagrada que asegura la continuidad de la vida. Las luces de las veladoras hacen las veces de faros que guían a cada alma hacia su altar. Se dice que los alimentos pierden su sabor y olor porque el difunto se llevó su esencia. La madre de familia y sus hijos esparcen en el piso del altar a la calle pétalos de cempasúchil para indicarle al muerto que baja del cielo la entrada de su antiguo hogar. Si el difunto era aficionado a la bebida, se le ponen cervezas Corona o Negra Modelo alineadas por docenas, y si no alcanza el dinero para la cerveza se le coloca un jarrito de pulque curado, de apio, de fresa o de avena...

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